El Corazón Del Evangelio
escrito por Hno. Berto Craft
Ministerio Gracia Abundante
La predicación del Evangelio es la proclamación de Cristo y su obra redentora para salvar pecadores. El Evangelio ha sido diluido por algunas iglesias evangélicas y vergonzosamente dejado sin definir por otras. Ofrecemos este tratado con oración ferviente para definir claramente el Evangelio Bíblico, para identificar las verdades principales del Evangelio, para esclarecer por quiénes murió Cristo, para demostrar que los pecadores son reconciliados con Dios solamente por la muerte de Cristo, y para urgir a todos los hombres que abracen sinceramente por fe lo que Cristo hizo para salvar a los pecadores.
El Evangelio Definido
La palabra “Evangelio” significa “buenas nuevas”. El Evangelio abarca todo lo relacionado con la persona, vida y obra del Señor Jesucristo. El evangelio es verdaderas buenas nuevas a los pecadores que han sido despertados espiritualmente y entienden su condición de estar muertos en delitos y pecados y justamente condenados bajo la santa ira de su Creador (Efesios 2:1; Juan 3:36).
Las Verdades Principales Del Evangelio
Las verdades centrales y principales del evangelio son la muerte y resurrección de Cristo. Aunque el Evangelio abarca todo lo relacionado con Jesucristo, su enfoque principal es la muerte y resurrección de Cristo. Estos dos aspectos de la vida y obra de Cristo conforman “El Corazón Del Evangelio”. “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:1-4). La prueba indiscutible de la muerte de Cristo fue su sepultura (Mateo 12:39-40). La prueba indiscutible de su resurrección fue su aparición a más de 500 testigos (Hechos 1:3). El Apóstol Pablo en Romanos 4:25 manifiesta estos dos aspectos principales del Evangelio: “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”.
¿Por Quiénes Murió Cristo?
Era necesario que Jesucristo muriera tanto por su Padre para apaciguar1 su ira como por los pecadores para redimirlos2. Por medio de su muerte, Cristo tuvo que apaciguar1 la ira del eternamente santo Dios y satisfacer perfectamente su justicia. Para que Dios permaneciera justo en la redención2 de los injustos era necesario que Cristo muriese (Hechos 17:3). Por medio de la muerte de Cristo, Dios fue habilitado para perdonar legítimamente al pecador creyente y arrepentido de todas sus ofensas sin que Él mismo se volviera injusto. En este sentido Cristo murió por su Padre.
También Cristo murió para redimir2 a los pecadores de sus iniquidades y transgresiones. El pecado separa al hombre de Dios. Como el profeta Isaías proclama: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2). Por esta razón los pecadores son extraños a Dios y necesitan ser reconciliados con Él. Ya que ellos mismos son incapaces de reconciliarse con Dios, Jesucristo en su misericordia y gracia3 vino a pagar el precio del pecado por medio de su muerte y lo quitó de en medio una vez para siempre. Por su muerte Cristo reconcilió a todos los creyentes verdaderos con su Creador. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos…y se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26-28).
Es de suma importancia que abraces la obra redentora2 de Cristo como tu única esperanza de vida eterna. Debes creer y recibir el verdadero Evangelio de Cristo con todo tu corazón. Es urgente que estudies estas verdades principales del Evangelio hasta que sean grabadas en tu corazón por el santo Espíritu de Dios, y que lleguen a ser la convicción, deleite y confianza de tu alma.
Los Pecadores Son Reconciliados Con Dios Por La Muerte De Cristo
EN EL CORAZÓN DEL EVANGELIO HALLAMOS QUE JESUCRISTO FUE EL ÚNICO SACRIFICIO ACEPTABLE. El Señor Jesucristo fue el único sacrificio aceptable porque solo Él ha sido sin pecado y sin mancha.
Dios requería un sacrificio perfecto; por lo tanto, Él mismo tenía que ser hecho sacrificio para redimir2 a los pecadores. Por esta razón, Dios se hizo carne en la persona de Jesucristo y fue hecho a nuestra semejanza. El profeta Isaías declaró que Cristo “nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9). El libro de Hebreos manifiesta que Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Más adelante, el mismo escritor aseguró: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26). El apóstol Pedro proclamó: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). Y el apóstol Juan añadió: “Y sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él” (1 Juan 3:5). Solo Cristo fue perfecto y el único calificado para ser un sacrificio en lugar del pecador.
En el corazón del Evangelio, hallamos que Jesucristo fue un sacrificio voluntario. Sin haber sido obligado a hacerlo, Dios dio a su Hijo voluntariamente. De igual manera, Cristo se ofreció a sí mismo libremente en la cruz del Calvario. Estos sacrificios voluntarios enfatizan dos cosas muy importantes: la libre gracia3 de Dios y el amor de Dios.
La libre gracia3 de Dios es Dios otorgando voluntaria e incondicionalmente lo que el recipiente es indigno de recibir. Dios habría sido totalmente justo si hubiera retenido su gracia3 y misericordia y haber dado a los pecadores la justa recompensa de su maldad y rebelión contra Él. Como Dios dijo a Moisés: “Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Exodo 33:19). La entrega voluntaria de su Hijo unigénito como sacrificio demuestra que Él es un Dios de libre gracia3 (1 Juan 4:10).
La voluntaria disposición de Cristo para ofrecer su cuerpo en humillación total en la cruenta cruz para redimir2 a los hombres viles, es también un testimonio convincente de que la salvación es enteramente por gracia3 divina y no conforme al mérito humano (Juan 1:13, 2 Timoteo 1:9).
El sacrificio voluntario del Padre y del Hijo también resaltan el amor de Dios. De su propia libre voluntad, Cristo se ofreció a sí mismo como un sacrificio sangriento. De su propia disposición, Cristo se sujetó a sí mismo a todos los actos más viles de los hombres perversos y, al mismo tiempo, a la santa e inmisericorde ira de Dios Padre en la cruz. Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar” (Juan 10:17). “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:18).
Como la más indiscutible prueba del verdadero amor, Cristo voluntariamente puso su vida por sus ovejas sobre la cruz del Calvario (Juan 15:13; 1 Juan 3:16).
En el corazón del Evangelio hallamos que Cristo fue un sacrificio sustitutivo4. La muerte de Cristo fue hecha en lugar de un pueblo particular. Cristo fue sustituto4 de un pueblo definido. Jesucristo no murió generalmente por un pueblo indeterminado; sino que en lugar de esto, Él murió por un pueblo escogido por Dios. El sacrificio sustitutivo4 y particular de Cristo está proféticamente revelado en el ministerio del sumo sacerdote del Antiguo Testamento. Cada año en el día de expiación5, el sumo sacerdote derramaba la sangre del sacrificio animal y entraba en el Lugar Santísimo para aplicar la sangre en representación del pueblo de Israel para expiar5 simbólicamente sus pecados.
La naturaleza sustitutiva4 del ministerio intercesor6 de Cristo es claramente vista cuando entendemos a favor de quienes el sumo sacerdote cumplía sus deberes ministeriales. Necesitamos entender que el sumo sacerdote simbolizaba al Señor Jesucristo quien sería nuestro Gran Sumo Sacerdote y quien haría un único y permanente sacrificio por medio de sí mismo (Hebreos 9:24-28).
El sumo sacerdote por mandato de Dios debía vestir un efod. El efod era una vestimenta sagrada usada exclusivamente por el sumo sacerdote en la ejecución de su servicio en el tabernáculo. Sobre los hombros del efod había dos hombreras que llevaban una piedra de ónice grabada con los nombres de las doce tribus de Israel–6 nombres sobre una hombrera y 6 nombres sobre la otra (Exodo 28:6-12). Además el efod tenía un pectoral hecho de doce piedras preciosas. Cada piedra tenía grabado el nombre de una de las doce tribus de Israel (Éxodo 28:15-21). Estos nombres específicos testificaban que el sumo sacerdote cumplía sus deberes sacerdotales substitutiva y únicamente a favor de estas doce tribus grabadas en las piedras de ónice sobre sus hombros y en el pectoral cercano a su corazón, y no por las demás naciones.
La obra mediadora del sumo sacerdote no fue en general sino en particular, a saber, a favor del pueblo de Israel y no a favor de los gentiles. El sumo sacerdote no ejecutaba sus labores por quien él quisiera, sino solo por aquellos quienes Dios determinó, a saber el pueblo de Israel. El Dios todo-sabio no solo escogió al sumo sacerdote, sino también escogió por quienes debía ser ofrecido el sacrificio expiatorio5 cada año en el día de la expiación5. Los beneficiarios del sacrificio sangriento fueron determinados por Dios. De igual manera, el Señor Jesucristo llevó a cabo su obra intercesora6 y redentora2 en la cruz del Calvario. Su obra sustitutiva4 fue por un pueblo particular y determinado de antemano por Dios. Debemos recordar que Jesucristo no vino para hacer su propia voluntad sino la de su Padre celestial. Jesucristo no murió caprichosamente por quienes Él quisiera sino por los que el Padre escogió.
Además la naturaleza sustitutiva4 del sacrificio ofrecido por el sumo sacerdote el día de la expiación5 demuestra claramente su naturaleza particular. Los israelitas presentaban dos carneros el día de la expiación5. Uno de ellos moriría substitutivamente para declarar proféticamente el aspecto expiatorio5 de la muerte futura de Cristo. El otro carnero, también llamado Azazel, representaba el segundo aspecto de la futura obra redentora2 de Cristo, que consistiría en la eliminación del pecado para siempre de la presencia de Dios. De acuerdo con Levítico 16:16-34, ambos sacrificios, el expiatorio5 del primer carnero y la liberación en el desierto del otro, fueron substitutivos ya que fueron ofrecidos por “las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” (16:16), por “las inmundicias de los hijos de Israel” (16:19), por “las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados” (16:21), “por sí y por el pueblo” (16:24), “por vosotros y vuestros pecados delante de Jehová” (16:30), “por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación” (16:33), y “por todos los pecados de Israel” (16:34).
El carnero sacrificado y el Azazel liberado en el día de la expiación5 no fueron ofrecidos por el mundo de los gentiles; sino que fueron ofrecidos particularmente por el pueblo de Israel–por pecados particulares, por iniquidades particulares, por rebeliones particulares, por impurezas particulares y por inmundicias particulares.
Del mismo modo, la muerte de Cristo y su sacrificio redentor2 en la cruz no fue hecho por todos, sino por un pueblo definido y particular. Cristo murió substitutivamente por todos aquellos quienes creerían verdaderamente en Él (Juan 3:16). Cristo murió substitutivamente por todos aquellos quienes vendrían a Él (Juan 6:37-39). Cristo murió substitutivamente por todas sus ovejas (Juan 10:11,14-15). Cristo murió substitutivamente por su pueblo (Mateo 1:21; Isaías 53:6,8,11-12). Cristo murió substitutivamente por sus hermanos (Hebreos 2:9-12,17). Cristo murió substitutivamente por todos aquellos que el Padre le dio en el pacto de gracia3 desde la eternidad pasada (Hebreos 2:13-17; Juan 10:27-29, 17:2). De una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo, Cristo pagó por y quitó todos los pecados de todo su pueblo en todo el mundo a través de todos los tiempos (Hebreos 10:10-14; 9:11-12; 7:23-28).
En el corazón del Evangelio hallamos que Jesucristo fue un sacrificio portador7 de pecadoS. La satisfacción de la infinita santidad y justicia de Dios requirió que todos los pecados del pueblo escogido por Dios fueran expiados5 y castigados. Por lo tanto fue necesario que Cristo tomara estos pecados en su cuerpo sobre la cruz (1 Pedro 2:24). En la cruz Dios Padre cargó sobre Cristo todos los pecados de todas las personas por las cuales murió (Isaías 53:6-8). Cada pecado tuvo que ser tratado. Cada pecado tuvo que ser expiado5. Cada pecado tuvo que ser castigado. Cada pecado tuvo que ser juzgado. Dios no podía pasar por alto ni un solo pecado del pueblo que salvaría.
Consecuentemente, sobre aquella dura cruz, Dios atribuyó a su Hijo todos los pecados de su pueblo. Cada pensamiento perverso, toda idolatría y falsa adoración a Dios, cada palabra blasfema y nefanda, todos los motivos diabólicos autoglorificantes, cada plan siniestro y todos sus actos rebeldes y depravados fueron cargados sobre Cristo. La Biblia declara que Cristo fue hecho pecado por su pueblo (2 Corintios 5:21; Romanos 8:3). Sin ningún pecado o culpa, Cristo tomó sobre sí mismo nuestros dolores. Él llevó nuestros pecados y rebeliones. Él fue herido y molido, sí, fue castigado por nuestras transgresiones (Isaías 53:4-5). Cristo fue el portador7 de pecados por su pueblo en la cruz del Calvario.
En el corazón del Evangelio hallamos que Jesucristo fue un sacrificio penal8. Habiendo llevado el pecado de su pueblo fue absolutamente necesario que Cristo fuera el recipiente del juicio derramado por el Padre y molido por éste en la cruz.
Para que Dios salvara a los pecadores, demandó que el salario del pecado fuese completamente pagado. ¿Cuál es la paga del pecado? Según la Palabra de Dios es la muerte (Gálatas 3:10; Romanos 6:23; Ezequiel 18:4,20; Deuteronomio 27:26). Cada pecado, sea detestable o insignificante a los ojos del hombre, delante de Dios debe ser pagado y castigado con la muerte. “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Por esta razón, Cristo tuvo que sufrir y morir (Lucas 24:46).
La redención2 de los pecadores requirió que Cristo muriese en su lugar. Cristo tuvo que hacer un pago para rescatar a su pueblo. Cristo tuvo que satisfacer el castigo penal8 requerido y demandado por la ley de Dios (Gálatas 4:4-5).
Dios hizo a Jesucristo propiciación9 por nuestros pecados (Romanos 3:25; Juan 4:10).
Como una propiciación9, Cristo fue un sacrificio provisto y castigado por Dios. La muerte de Cristo aplacó10 la justicia divina contra los pecadores. El Padre vertió sobre su Hijo su enojo, furia, juicio y santa ira. Cristo sufrió lo que los pecadores justamente merecían sufrir.
Cristo fue hecho maldición por su pueblo en la cruz. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13). Después que el enorme peso de los atroces y abominables pecados fue puesto sobre Él, Dios el Padre juzgó a su Hijo. Su angustia y congoja fueron tan grandes que Él clamó desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Cristo fue hecho un sacrificio penal8, para satisfacer la perfecta justicia de Dios y, al mismo tiempo para expiar5 los pecados de su pueblo.
En el corazón del Evangelio hallamos que Jesucristo fue un sacrificio eficaz. El sacrificio de Cristo fue eficaz. Por esto entendemos que Cristo cumplió definitivamente y sin falla todo lo que su Padre quiso. Cristo exitosamente acabó la obra que el Padre le dio que hiciera (Juan 17:4). Jesús declaró desde la cruz: “¡Consumado es!” (Juan 19:30). Él solo, sin ayuda, obtuvo salvación de una vez para siempre por aquellos que confían en Él (Hebreos 1:3; 9:12).
Es por medio de la obra consumada de Cristo que los hombres son salvados. Las enseñanzas inspiradas del Nuevo Testamento declaran que la salvación es una obra consumada en la cruz del Calvario. El creyente fue reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo (Romanos 5:10; Efesios 2: 14-16). Cristo hizo paz por medio de su sangre derramada en la cruz por aquellos que confían en Él (Colosenses 1:20). Cristo libró al creyente del temor y el lazo de la muerte por su propia muerte en la cruz (Hebreos 2:14-15). Cristo libró a todos aquellos que confían completamente en Él del presente siglo malo por su propia entrega por los pecados de ellos (Gálatas 1:4). Los verdaderos creyentes fueron comprados por su sangre derramada en la cruz del Calvario (1 Corintios 6:20).
La eficacia de la muerte de Cristo es vista en las palabras de Jesús el Redentor: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:37-39). “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:28-29). “A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17:12).
La eficacia de la muerte de Cristo en la cruz fue su cumplimiento perfecto de la voluntad de su Padre. Habiendo redimido2 por sus sufrimientos a todos aquellos que el Padre le dio, Cristo los disfrutará como un galardón asegurado de su muerte agonizante (Isaías 53:11-12). Cada uno por quien Cristo murió y cuyos pecados fueron expiados5 en la cruz será llamado en el debido tiempo por el Espíritu Santo y convertido por medio del arrepentimiento hacia Dios y fe en el Señor Jesucristo (Hechos 20:21).
En el corazón del Evangelio hallamos que Jesucristo fue un sacrificio aprobado. ¿Fue aceptado por el Padre el sacrificio de Cristo? ¿Fue satisfecho Dios con la sangrienta y aparentemente impotente muerte de su Hijo a manos de hombres crueles y perversos? ¿Fueron todas las condiciones y demandas de la justicia de Dios completamente satisfechas por su muerte en la cruz? La respuesta inequívoca y enfática es un rotundo “¡Sí!!”
¿Cómo podemos estar seguros y confiados de que Dios fue completamente satisfecho con el sacrificio de Cristo? ¿No es verdad que muchísimas personas dudaron respecto a la persona de Cristo, su misión y plan de redención2? Sin embargo al tercer día de su muerte (siendo éste el primero de la semana), Dios el Padre dio una clara, plena y pública aprobación de su total aceptación de lo que Cristo hizo en la cruz. Dios aprobó el sacrificio de Cristo resucitándolo de entre los muertos de tal manera que nunca más estará sujeto a la muerte. ¡La tumba vacía fue prueba suficiente de que su sacrificio fue aprobado!
Los santos del Nuevo Testamento entendieron la gloriosa realidad de la aprobación de Dios de la muerte de su Hijo. Los apóstoles y las iglesias primitivas enseñaron que aquellos que están por medio de la fe en el Cristo resucitado, son igualmente aceptados ante Dios y admitidos a todos los privilegios eternos en su presencia (Hechos 2:22-36; 3:13-15; 1Pedro 2:21; Romanos 6:4-9).
Cristo fue declarado sacrificio aprobado no solo por su resurrección de los muertos, sino también por su ascensión al cielo para sentarse a la diestra de Dios Padre (Isaías 52:13). ¡Su obra fue completa, exitosa y consumada!
Cristo y Su Evangelio Deben Ser Abrazados Solamente Por Fe
Jesucristo es el único sacrificio agradable y divinamente provisto para la salvación de los pecadores. Si no vienes a Dios por Cristo y su Evangelio, nunca entrarás en el cielo. Dios está completamente complacido con la obra de Cristo. Nuestras obras son totalmente inútiles ante Él (Isaías 64:6). Si pones tu confianza en cualquier otra cosa que no sea la obra consumada de Cristo, estarás perdido y condenado para siempre.
Mi amigo, Dios te aceptará únicamente en Jesucristo. Debes venir a Él con una convicción producida por el Espíritu Santo de tu propia pecaminosidad e indignidad ante Él. Debes reconocer que eres digno de castigo eterno. Debes estar convencido de tu extrema incapacidad de remediar tu condición ante Dios. Dios, por medio de su Palabra, debe revelarte estas cosas y obrar en ti o estarás perdido. Debes mirar a Cristo. Por fe en su Palabra debes echarte sobre Él. Debes depender de su gracia3 y misericordia. Debes volverte de tus pecados de corazón y de todas tus confianzas vanas. Debes abrazar a Cristo como el portador7 de tus pecados y sustituto4 en la cruz del Calvario. Debes creer en el Señor Jesucristo crucificado y resucitado como tu única esperanza, tu única confianza, tu única justicia, y tu única aceptación ante Dios. La promesa segura de Dios es que el que viene a Cristo solo por fe no será echado fuera (Juan 6:37).